volvía sencillamente anacrónico. Nada más grotesco que los mohínes y atuendos aniñados de aquellas hijas de familia ya entradas en años, en inquieta búsqueda del cobijo de una sombra más fuerte. Avizorando perpetuamente aquella sombra del novio fugitivo, que sedesvanecíacomounespejismo,seveíancondenadasaaceptar empleos mediocres que no sabían desempeñar bien, a reconcomerse envidiando a las amigas y a seguir ensayando delante del espejo sonrisas cada vez más escuálidas y desamparadas. Y eran cursis, «más
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