Ya no necesitaba ni a la mujer ni al automóvil; era el alma lo que había alcanzado finalmente, el alma de un instante atrapado en la línea de su mirada. La pantalla pareció inflamarse bruscamente. Varios fogonazos se sucedieron tras ello y, de inmediato, lavibraciónluminosadescendióhasta emitir una luz cenicienta; la nieve ennegreció y pasó a ordenarse, corriendo de derecha a izquierda, en líneas regulares y paralelas. El hombre parpadea como si el reflejo de