un bosque de abetos. No volvió la sangre a los labios de Patrizia, pero la muerte comenzó a empapar, hora tras hora, a través de una fiebre intensa y constante, cada objeto de la habitación del sanatorio: la novela recién aparecida deElsaMorantequelehabíamosregaladoyque ella no logró abrir, un ramo de flores que no llegamos a cambiar, los cristales de la ventana, que se teñían al atardecer con una luz también de sangre,