reparase en aquella noticia tantas veces esperada. Pero pudo más la mansedumbre del paisaje y él no escuchó --no quiso escuchar-- la radio. El conocimiento de Francesca era ya para él una razón de peso, una razón suprema para olvidar definitivamente -gozosamente-,paranoregresarnunca más a su país. Lo último que podía haber esperado es que la suprema razón que suponía, Francesca, también desapareciera. Pero ¿podemos decir, verdaderamente, que ella había