cardenal Gomá, quien agradeció con sentidas palabras aquel «gesto nobilísimo de cristiana edificación», mientras el cardenal Eijo Garay, presente en el solemne acto, declaraba, con el botafumeiro en la mano: Nunca he incensado con tanta satisfacción como lo hago con Su Excelencia. Asíseiniciabanlosbombosmutuosylosmutuosinciensos de aquel incipiente idilio entre Franco y sus obispos, que si bien se mira tenía algo de escandaloso, como todo favor comprado. Porque la Iglesia española iba a recibir un tratamiento privilegiado