las mangas enrolladas hasta los codos, y con el cuchillo basto que él mismo había fabricado con una hoja de segueta. Su actitud era demasiado insolente para ser casual, y sin embargo no fue la única ni la más visible que intentó en los últimos minutosparaqueleimpidierancometerelcrimen. --Cristóbal --gritó--: dile a Santiago Nasar que aquí lo estamos esperando para matarlo. Cristo Bedoya le habría hecho el favor de impedírselo. "Si