que afuera cubrían la ciudad. Si la noche era suave y los temas de conversación decaían, solíamos acercarnos en grupo a alguna librería, todavía abierta a aquellas horas, de la Galería. Si los ánimos estaban mejor dispuestos acabábamos en algún café del Barrio de Brera. »Amábamosciegamenteaquellaciudad,tuciudad. Sabíamos muy bien que los que la conocían mal o la visitaban de paso, la odiaban, pero nosotros --como Stendhal, como todos los que han vivido en ella