, al atardecer, el encanto del lugar nos fue inclinando a todos hacia la reserva y la intimidad. Acaso influyera en ello la música que tú comenzaste a interpretar al piano, una versión libre de las Variations de Edward Elgar. Se derramaban las notas de aquella melodía que tanto amábamosylasbromasylosgritosfueronacallándose. Sólo de vez en cuando, en el ocaso perfecto, la brisa tibia traía algún grito de Fulvio, que perseguía a Patrizia por las habitaciones del piso de arriba