con odio y exclamó: --¡No me llames Crispín! Mercedes llegó una tarde de lluvia inclemente y entró en la casa dejando tras de sí un reguero de agua. Miguel, nada más verla, se lanzó a abrazarla yallenarladebesosyagritarlejubiloso¡hasllegado, has llegado! Estaba encantadora, con su pelo negro ensortijado y húmedo, con aquella sonrisa suya, otra vez blanquísima y deslumbrante sobre el fondo bronceado de