se ponía en pie. Aunque había perdido todo temor a ser descubierto fuera de la cama, en ningún momento se le ocurrió la idea de ayudarla. Volvió al rincón oscuro y, cuando la vio pasar con torpes andares y un frecuente ladear de cabeza, sintiódeseosdegritarle:«¡Mentirosa!Elabuelo no es malo, tú eres la mala aquí». La siguió con sigilo a lo largo del pasillo hasta el balcón de las flores, para qué iría allá a esas horas.