a lo sumo. Así, cuando los volviera a leer, ya habría tenido tiempo de olvidar el argumento y sería como si los leyera por primera vez. Fue entonces cuando Miguel estalló en un llanto violento e inconsolable, y cuando ocultó su cara contralaalmohadayempezóagritarconvozentrecortada: «¡No quiero, no quiero!». De nada sirvió que la abuela le acariciara la nuca ni que repitiera en un susurro todo esto lo hacemos por