le dijo a su primo acercate un poco. Después, susurrando para no despertar a la abuela, le contó cómo había salvado la vida a Tintín cuando le perseguían los hombres de pelo aplastado. Poco a poco fue subiendo el tono de su voz, hasta llegarcasiagritarlaspalabrasdeagradecimiento que en esa ocasión le había dedicado Tintín: «Gracias, Miguel, te debo la vida». La abuela se removió entonces en el sofá, pero no