asco a mí mismo; yo soy mi propia náusea», pensó. Quería seguir hablando, explicando cómo había sido su amistad con David. Insistentemente se repetía: «Ella tiene que saberlo, ella tiene que escucharme como otras veces la he escuchado yo.»Podíaempezar:«Davidvinoamícomoun tierno y candoroso doncel. Me cautivó su inocencia, su ingenuidad, su deseo de aprenderlo todo... Fui su maestro y su guía en las cosas que yo amaba, pero él