, mientras el coche arranca veloz y en la acera queda su pasajero. Se trata de una mujer, claro, y nada menos que de la señora Maddalena, plantada en la acera con su buena estampa, bien vestida ydespidiendoconlamanoenaltoalcochequesealeja. Luego, sin ver al viejo a su espalda, entra por la via Salvini hacia su tienda. El viejo sonríe anchamente. «¡Vaya, vaya, vaya con la señora