gesto de indignación, pero se contuvo y reaccionó con una parsimonia cortés e insolente. «Buenas tardes, caballeros», dijo con un tono levemente irónico, como queriendo insinuar que todos los presentes eran caballeros excepto el abuelo. Mientras se dirigía hacia la puerta principal, sus pasosresonarondoblementeenelsilenciodelsalón. El abuelo se desplomó sobre el sillón con aire fatigado. No volvió a sonreír en toda la tarde, intuyendo quizás que aquélla sería la última tertulia.