pétalos de dalia, en la que Mercedes había logrado camuflar con increible perfección pedazos de jamón de York. Declaró con insolencia pueril que a ella era imposible engañarla y que sólo comería flores, flores crudas y desnudas. Mercedes asintió resignada y,uncuartodehoradespués,regresótrayendouna docena de magnolias que la abuela devoró en escasos segundos. Onésima hubo de bajar a la floristería para proveer la despensa de lirios, que, según explicó solemnemente la abuela,