Nada puede compararse a un buen viaje, una buena salida de uno mismo, de las pequeñas rutinas, las nuevas ataduras, los viejos recuerdos persistentes. He llevado mi corazón francés a navegar por el Mississipi. Los árboles y arbustos entranenelríoyunaexuberantevegetacióncubre sus márgenes. Las casas coloniales se yerguen a la orilla, abandonadas muchas, todas barnizadas con el marfileño resplandor del pasado. Navegando entre islotes se llega al cementerio francés. Allí,