puedes preparar», decía, y Germán le contestaba alguna impertinencia. Sólo en una ocasión entró el abuelo. Germán se había encaramado a lo alto del armario y desde allí bombardeaba a Agus con pastelitos, lapiceros, gomas de borrar. El abuelo le ordenó con la mirada que descendieraynovolvieraahacertravesuras.Elniño obedeció al instante y jugó el resto del tiempo al Palé sin hacer ninguna trampa. Miguel le miraba con desprecio y pensaba en las cejas grises y tupidas del