relajaba; sin embargo, la oquedad en el estómago, inexpugnable, crecía a medida que la angustia en el cuerpo giraba cada vez más a prisa, conformando el remolino que succionaría su ánimo hasta los límites del pánico. Pensaba en ello como en lo irremediable, sinfuerzasparaenfrentarundestino ya conocido y sentenciado. ¿Acaso dejan de ahorcar a un condenado a muerte por más que asuma toda su culpa? Se hallaba fuera: de sí mismo, de la