; no necesito una para mí sola», me defendía. Entonces ella se ponía seria y me mandaba a jugar: «No quiero neurastenias, no en mis hijos.» Yo tenía veinte años cuando ella murió, y ya había elegidovivirsola.Duranteuntiempomeocupédemi padre y mis hermanos, traté de organizar su vida. Sufría, pero estaba tranquila. Me consolaba con el viejo recurso de la infancia: después de esto, nada puede