cortandole la nostalgia, y declara con desarmante naturalidad: -Me gusta su pelo, zío. Un gris tan igual, tan crespo y recio... ¡Ojalá mi Romano llegue a ser como usted cuando sea viejo! -Yamímegustaquemellameszío-replica el viejo ocultando su turbación, acrecentada al verla beber con tal viveza que un hilillo rojo resbala por la barbilla femenina sugiriendo la sangre. Sangre, como si le hubiera mordido el