cama. -Ayudame, por favor... ¡Estoy tan floja! Su voz implorante conmueve. Ya no se tapa ni piensa en componerse. Entrega sin reservas su flaqueza a esas recias manos que la levantan reverentes, descubre la abertura del camisón a los ojos viriles, regalaunsuspirodealivioybienestaralasorejasávidas. El hombre palpa a través del tejido una carne frutalmente madura y febril pero, para asombro suyo, eso no despierta excitación sexual, sino hondísima ternura.