verdad una sensación placentera, pues cuanto más se recreaba en la circulación tanto más cómodo se encontraba, no sólo en la butaca sino en la casa, propietario y habitante de la casa. Era --se decía-- una sensación infantil, un reflejo tan simple que sin dudadeberíaavergonzarle,peroéllohabíaconvertido en su costumbre y su secreto; incluso le irritaba que en aquellos momentos del atardecer le distrajeran con cualquier pretexto, banal o no. Era su