el breve clic del teléfono al colgarse. Horas más tarde, cuando ya la tristeza le había impuesto el código imperioso del insomnio, escuchaba Let it be por décima vez consecutiva e intuía esquiva la sonrisa, rebeldes sus dos ojos codiciosos dellanto.Paseóporeldormitorioycolocó de nuevo la aguja al principio del disco. El piano arrastró sus notas sin consuelo y en algún ángulo de la noche un perro aulló. Se sentó en la cama y dirigió la