, ya no se hacían en la cocina sino en el comedor, en aquella mesa grandísima que tenía en el centro una sola pata, firme como una columna. A ellas, además de los de la casa, asistía con asiduidad Carlos, que últimamente pasababastanteshorasdeldíaconversandocon Mercedes. Onésima volvió a ser una simple sirvienta y, la primera semana, dio muestras de estar molesta con la enfermera, porque ésta gozaba del privilegio de comer en la mesa