alzado el camisón hasta el pecho y del vientre había despegado las vendas que protegían las llagas de la operación. Miguel, turbado, desvió la mirada, y oyó cómo la abuela, alborozada, decía qué bien huelen mis florecitas, qué colores tan bonitos. Muyprontoellasecubrióconlassábanasyexplicó que había que cuidarlas mucho. «Son muy delicadas. Si se enseñan demasiado pueden marchitarse.» El niño asintió, y la abuela señaló un cajón de