oírse desde cualquier punto de la casa. El médico dijo los hombres no lloran, Miguel, y la abuela, compadecida, le habló al oído con ternura: quizás dos o tres semanas fueran suficientes. Después intentó darle un beso en la mejilla, pero Miguelseapartóconbrusquedadysiguióllorando. Hubo, sin embargo, entonces un momento de silencio que permitió oír con claridad el sonido de una puerta al cerrarse y el de unos pasos imperiosos