. La veía también elegir las flores más bellas y comér con gesto goloso e infantil. Por la noche todo seguía igual, pero Miguel no tardó en detectar el hedor que la abuela despedía, sentada entre sus plantas. En aquella ocasión permaneció pocotiempoobservandola,porqueellaadvirtió muy pronto su presencia y con un guiño enigmático le invitó a ocupar un sitio a su lado. «Ven, hijo mío, no vuelvas a entrar nunca en la casa. Muy