que yo había inventado el juego. Pero tuve que ceder. Ella se negaba a jugar si no era la protagonista. Una vez que hube encontrado cuanto necesitaba, la amarré bien sujeta al tronco de un árbol, rodeé sus pies conhierbasyramassecasy,despuésdecolocarentre ellas una buena cantidad de papeles, me dispuse a encender una cerilla. Mari-Nieves vigilaba con desconfianza mis movimientos. Empezó a representar su papel declamando algo que yo no escuchaba. Estaba