mundos, los rasgos acuñados por separado, pertenecían a dos caras de la misma moneda. No obstante, aun resistió gallardamente: --No creo nada. Vámonos... El amigo, perplejo, guardó en el cinturón la flauta y lanavajacerrada,cogiólabiciyasintió: --Bueno, como tú quieras. Silenciosos y juntos pedalearon hacia la ciudad, y la tarde del domingo quedó atrás, truncada y hueca como las cañas cortadas en el río.