Genoveva había vuelto a refugiarse bajo la lámpara bruñidora; aparecía orlada por los pétalos que remataban la pantalla, y la línea de sombra limitaba, ondulante, el espacio de luz sobre su pecho. Enmarcada como un retrato vivo, su voz vibró en unaescaladeirasalafirmar: --Eso es precisamente lo que David no tenía: ideas claras. «Es como un diamante --pensó Julián, cegado por el brillo de sus joyas--, un diamante tallado