todo. La luz no regresaba y por las ventanas mal cerradas entraba el silbido del viento. --Vaya una noche --dijo la chica, que había acabado por sentarse a su lado. «Cerrar los ojos --decía el cura en la Misa del colegio-- yestaréiscontemplandolanocheeterna.Enella viviremos sepultados hasta el día glorioso de la Resurrección...» Sonó el teléfono. La chica adelantó la mano para cogerlo, pero David le arrebató el auricular.