esporádicos del perro en el jardín, y la pasividad de Genoveva los transportaban noche adelante. Ya ni siquiera deseaba marcharse, abandonar a la mujer lejana e irritante; también él resbalaba en la plana lasitud de un tiempo sin fronteras. Era como estar tumbado en una pradera, contemplandouncielogrisyliso,sinnubesqueanunciaran por dónde iba a salir el sol. O como flotar de espaldas en un agua tranquila, dejandose llevar, sin sentir, mar adentro...