que en el interior de la torre sólo se escuchaba mi respiración. Supe entonces que mi corazón era el único que latía en aquel lugar. Al rozar apenas tus manos, sentí un frío mortal. Tú ya te habías ido. Habías muerto en mi presencia sinqueyoloadvirtiera. Después de morir Santiago, corrí enloquecida hacia el jardín, como si una poderosa voluntad me llamara desde allí. Mi único deseo era irme con mi hermano, y sabía que