y le entró una cólera que lo hizo babear todo el día". La enfermera sonrió buscando mi complicidad. Instintivamente me hice a un lado, pero de vez en cuando su brazo y su hombro rozaban el mío. No caminábamos aprisaapesardeunalluviafinitaquesecolabaentrelas hojas de los árboles. "Y todavía hay más... ¡Uy, si yo le dijera todo!... Porque todavía hay más..." Sacudía la cabeza y le tembló su cofia tiesa de almidón.