bien cerrados. --Es usted muy perspicaz --susurró al fin--. ¿Pariente de la señorita? --Amigo. ¿Por qué no nos dice a qué ha venido, don Plutarquete? --Es verdad, les estoy haciendo perder el tiempo. Perocreíqueteníaqueempezaraligerandomiconciencia. No crean que no me avergüenzo de mi mezquindad. Quizá mi insignificancia minimice a sus ojos la fechoría... no sé. Yo, por supuesto, no puedo aducir