medianamente despiertas que aquellos dos tiranuelos de juguete estaban lanzando un desafío contra la mentalidad de autoabastecimiento propia de una economía precaria. Eran un símbolo de «status», eran muñecos para niños ricos. Por eso despertaban la codicia, como la despertaban laschicasqueseponíandelargovistiendountrajefirmadopor Balenciaga. Y las madres de situación económica más modesta, que habían sido las primeras en sentirse orgullosas al poderle comprar a sus hijas una Mariquita Pérez o un Juanín, se daban