había puesto por si el obispo pasaba a saludarnos, y estaba cantando el fado del amor invisible mientras arreglaba la mesa. Mi hermana notó que había un puesto más que de costumbre. --Es para Santiago Nasar --le dijo mi madre--. Medijeronquelohabíasinvitadoadesayunar. --Quítalo --dijo mi hermana. Entonces le contó. "Pero fue como si ya lo supiera --me dijo--. Fue lo mismo de siempre, que uno