ni árboles había. Laura siguió avanzando, el monedero de Silvia fuertemente apretado en la mano; primero, el cepillo, ahora el monedero. No quiso aceptar una bolsa, se había desacostumbrado, le dijo a su amiga, sí claro, se daba cuentaquesólolascriadasusanmonedero,peroelpaso del monedero a la bolsa lo daría después, con el nuevo peinado. Por lo pronto, había que ir poco a poco, recuperarse con lentitud, como los enfermos que al entrar en