al borde del precipicio. "Es nuestra sangre rusa." Cada semana, la abuelita sentaba a su mesa a fraulein von Schaluss, que en los últimos años se popeaba en los calzones. "Es como mis perros", la disculpaba. O a Guillermina Lozano, quientocabaelarpamaravillosamenteyllegabaenvuelta en el hedor de los treinta y cinco perros, cuarenta gatos, y cincuenta palomas que albergaba en su casa. Tenía un largo collar de perlas que le caía en la sopa todo cubierto