de entrar al coche, escupió en la cuneta, un salivazo largo, cargado. Mónica jamás la había visto hacer eso. Era como si la estuviera escupiendo encima. Absolutamente ajena a la impresión causada, Hilaria siguió hablando, de cómo en la media nocheoyóquealguienlanombrabaqueditoperoqueno se dio cuenta, sino hasta después, de que era Rosa. ¿Cómo no se había dado cuenta?, ¿quién más podría ser?, ¿trabajaba otra criada en la casa? Hilaria tenía esa maldita