desganada que las asentaba en las butacas. Allá ellas. Algún día, Mónica las sacudiría, las tomaría de los hombros, chúpense ésa, sí, ella, sí, sí, ella la jovencita primeriza, la del baño diario y las tres hileras de perlas,ellapicaríaconsusespuelitasdeoroaesamanada de vacas y se aventarían en tropel contra Palacio Nacional; ella sí, secundada, por supuesto, por ese doctor tan fino (que también debía ser de buena familia) que acababa