pidiendo a un poder superior que nos protegiera. Claro que nuestros pobres rezos no lograron conjurar la catástrofe que ya habíamos presentido y que, a raíz de aquella noche, se fue mostrando poco a poco hasta encarnarse abiertamente en la persona de mi hermano. Todo empezó cuandoésteregresóundíadelaciudadamediamañana. Había salido de casa, como siempre, camino del colegio. Pero esta vez se volvió sin haber entrado en él. Como única justificación de su conducta alegó que necesitaba un