el cuello de mi hermano igual que lo haría una serpiente. En un esfuerzo supremo, me mantuve muy quieta, sin retroceder ni acercarme a ellos. Hice frente a su mirada con la mía. Por primera vez, la descubrí comomienemiga.Peroestaimpresiónsóloduró un instante, pues de pronto asomó a su rostro una mirada tan desoladoramente triste que no la pude resistir. Era evidente que ella no me odiaba a mí. Me tuve que retirar