las píldoras, el chino, con proverbial exquisitez, le hizo unas friegas en la calva. Luego se sentó con nosotros y presionándose la nariz con el pulgar y el índice imitó a la perfección el sonido de un gong, a lo cual entraron en el reservado dos camareros y cubrieronlamesadevariadosyexóticosmanjares, sobre los que nos arrojamos el comisario, el chino y yo propinándonos capones y codazos para coger los trozos más grandes. Cuando las fuentes hubieron