melo silencio; era lo único que parecía quedarle de los buenos ratos que pasábais juntos. Su amiga no dudaba en darle la razón. Yo la aborrecía y ella, desde que se hizo responsable de mi preparación espiritual, me juzgaba con una dureza implacable. Yo le respondía gritandole irritada aquellas palabras que me parecieran más escandalosas para ella y para mamá. Pues sabía que enseguida la informaba de mi conducta, indisponiéndola siempre contra mí. Una vez me