encerró allí, sin escuchar los insultos y amenazas que ella le dirigía. Tía Elisa se retiró dejando escapar su irritación y sus morbosos pensamientos en voz sofocada. Sabía que yo la seguía desde muy cerca y no le importó dejarme escuchar todas aquellas indecencias y barbaridades que atribuía a nuestro padre. Pues le consideraba el mayor culpable de cuanto había sucedido. Yo no pude perdonarle nunca que destruyera aquel entusiasmo que acababa de brotar en mí. Pues tras su violenta aparición,