más categórico entredicho contra la representación enteramente mítica de los buenos y los malos como clave interpretativa de la conducta humana. A la disolución de esta imagen se resistirá, así pues, precisamente la conciencia cobarde, la conciencia que no osa enfrentarse con el inmenso peso de la verdadera responsabilidad moral: aquella que no le afecta como persona escatológicamente individuada por un último destino singular, sino la que le afecta como encarnación ubicua y permeable del entero cuerpo social. En este sentido,