el temblor que éste producía en los cristales de las ventanas. Y también cómo solía refugiarme allí siempre que me sentía triste o contrariada y cómo nos reuníamos en aquella habitación Santiago y yo cuando teníamos algo secreto que contarnos o deseábamos sentirnos lejos de los demás. Cuántas veces habíamos escuchado desde aquel silencio el sonido de los truenos y habíamos contemplado atemorizados los rayos que nos amenazaban desde el cielo. Con frecuencia oíamos, en noches de calma, sonidos extraños. A