lívida y más reveladora. Ya no sólo se sustituye el efecto de daño físico por el de agravio simbólico -como ya lo hacía el antiguo terrorismo anónimo-, sino que ahora, además, el interés buscado en ese agravio se desplaza en gran medida de su valor valor como pasión del ofendido a su valor como acción del ofensor; no parece importar ya tanto el efecto objetivo, transitivo, de que el enemigo resulte afrentado, su menoscabo o detrimento, cuanto el efecto